El día pasa sin prisa, el recurrente desayuno y un poco de música. Elijo el Tango, esa música que me transporta a Buenos Aires. Gardel me hace compañía y es un buen motivo para preguntarme si será que estoy envejeciendo. No importa, porque con la huella de una voz histórica que me lleva a flor de piel y que me recuerda esas calles pintadas por una sugestión única, creo entender que desperté de un sueño lleno de nostalgia que ni siquiera Freud podría explicar.
Torino, esa ciudad gris, donde el cine y los Pubs Irlandeses eran mi refugio de la realidad. (Tal vez, ya existía en mi alguna conexión con Irlanda).
Torino, a veces la recuerdo como ese lugar donde si yo estaba mal, a nadie le importaba. El lugar donde empezaron a desvanecer muchas utopías y donde, en cualquier ocasión, cualquier persona buscaba aprovecharse se mi inocencia para embarullarme en algún modo. No fue fácil, y dejando atrás la arrogancia de la adolescencia creo que aprendí alguna lección.
Puedo sonreír acordándome de mis días, caminando de un lado de la ciudad al otro… en búsqueda de un trabajo y de aprender un idioma, llevando algún curriculum. A veces me trataban bien y otras tantas como si hubiese robado algo.
La suciedad de la calle Nizza y la estación Porta Nuova, los gritos de los borrachines y la soledad de gente sin techo, los pedidos de ayuda de algunos niños no apartenientes a la comunidad europea, las charlas con un anciano en una plaza. Yo, solo, con cosas por descubrir.
Con el orgullo argentino y cualquier broma lista como respuesta recurrente, a veces la ciudad me daba alguna emoción. Encuentros fortuitos, gente enamorada de mi Argentina, personajes que con el tiempo pasaron a ser amigos, señoras que me preguntaban si podía quedarme en su negocio unos minutos mientras ellas iban a buscar algo del almacén, porque “aprovecho que parece una persona buena, en quien confiar” y en los casos mas románticos porque les hacia acordar a su nieto “esta claro, que tiene una cara del sur de Italia”. Aunque tal vez alguna vez hayan podido decirme “Terrone”, lo dejamos pasar de largo.
Un paseo por Plaza San Carlo, mirando la elegancia en la céntrica calle Roma y en sus vidrieras. Los bares Irlandeses en Corso Vittorio Emmanuele y la simpatía de las estudiantes de Erasmus. Las caminatas en la Calle Garibabli y finalmente la buena hospitalidad de algunas personas.
Tantos momentos y experiencias, uno atrás del otro los primeros errores, los primeros trabajos (algunos sin goce de sueldo), noches sin fin y días sin principio. Después de un tiempo, finalmente algo de tranquilidad, ser yo mismo en una ciudad que no es más tan desconocido, caminando con los ojos cerrados y recibiendo el saludo de gente que iba conociendo. Tal vez, podría haberme regalado otras alegrías si me hubiera quedado mas tiempo.